A continuación, pasamos a reproducir los artículos publicados en La Tribuna de Toledo (Adolfo de Mingo), a colación del 125 aniversario de La Venta de Aires. Nuestro propósito es dar a conocer la ingente historia de este establecimiento, repasando desde su fundación (a cargo del matrimonio formado por  Dionisio Aires Glariá  y Modesta García-Ochoa) hasta las numerosas personalidades que han pasado por la entonces fonda (Rafael Alberti, Salvador Dalí, Richard Nixon,etc), consiguiendo con ello recalcar la importancia del restaurante para la ciudad de Toledo.

Una sofocante tarde de junio de 1987, un anciano de larga cabellera blanca se presentó de improviso en el restaurante. Era Rafael Alberti y buscaba a Modesta, la temperamental anciana que había conocido hacía casi sesenta años, cuando fue investido caballero de la Orden de Toledo tras cumplir los requisitos de esta peculiar hermandad, así bautizada por el cineasta Luis Buñuel el día de San José de 1923: «Vagar durante toda una noche por Toledo, borracho y en completa soledad. No lavarse durante la estancia. Acudir a la ciudad una vez al año. Amar a Toledo por encima de todas las cosas. Velar el sepulcro del Cardenal Tavera».
Modesta García-Ochoa había muerto hacía más de medio siglo, por lo que fue su bisnieto quien recibió al poeta y pintor gaditano, que inmortalizó su regreso en un dibujo. Alberti recordaba perfectamente la noche de vigilia por las calles de la ciudad, especialmente su encuentro fortuito con San Pedro Mártir y la tumba de Garcilaso. A la mañana siguiente -recoge La Arboleda Perdida, su gran libro de memorias-, «¡qué alegres burlas las de los hermanos [de la Orden], ante una gran cazuela de perdices, famosa especialidad de la Venta del Aire! [así expresado en el original] Allí, bajo el mismo emparrado, patinillo de nuestro banquete, se veían, retratados a lápiz sobre la cal del muro, los principales cofrades de la orden. Su autor, Salvador Dalí, también figuraba entre ellos. Alguien le dijo a los venteros que no los encalaran, pues eran obras meritorias de un famoso pintor y que valían mucho dinero. A pesar de la advertencia, años después ya no existían. Habían sido borrados por unos nuevos dueños de la venta».

La Orden de Toledo, cuya denominación es parodia de las antiguas hermandades militares, no era más que un conjunto de amigos -muchos vinculados a la Residencia de Estudiantes y punta de lanza de la vanguardia cultural madrileña- que, como Buñuel, quedaban prendados del «ambiente indefinible» de la ciudad durante los años veinte. Tenían la costumbre de pasar la noche en la Posada de la Sangre -situada junto a la Plaza de Zocodover y destruida durante la Guerra Civil- y almorzar en la Venta de Aires, donde disfrutaban de «tortilla a caballo (con carnes de cerdo) y una perdiz, y vino blanco de Yepes», según recogió Buñuel en Mi último suspiro (1982). Un pequeño conjunto de fotografías muestra una de estas comidas, presididas por un transgresor Buñuel vestido de sacerdote y un jovencísimo Salvador Dalí (quien, años más tarde, sería precisamente «degradado» de la Orden por su enemistad con el cineasta). Mucho después, al regresar a Toledo, Buñuel pasó por la venta y recordó a Modesta: «¡Era la única que conseguía ponernos firmes en toda la ciudad!», confesó a su bisnieto, entonces.